jueves, noviembre 30, 2006

La objetividad en el Periodismo: un imposible

Mucho se ha dicho y escrito acerca de la objetividad en el Periodismo. Parece que es el paradigma de aquello a lo que todo buen periodista y medio debe aspirar, pero, ¿es realmente posible ofrecer una información 100% objetiva?
Sabemos que la objetividad es aquello en lo que consiste la realidad de un hecho u objeto y por tanto, la objetividad periodística sería comunicar un hecho o acontecimiento siendo fieles a su realidad, sin alterarla ni modificarla; manteniéndonos, por así decirlo, independientes de ella.
Sin embargo, podemos afirmar que no es un objetivo realmente alcanzable. Para lograrla habría que exigirle al periodista que se distanciara de todo aquello que le es propio, como creencias, ideas o preferencias; lo cual, por el mero hecho de ser algo que forma parte de la idiosincrasia del hombre, no le es posible.
Cada vez que uno decide sobre qué escribir y cómo hacerlo, está tomando una decisión. Una decisión que incluye una valoración y un estudio previo de la situación que, naturalmente, ya es en sí misma una forma de subjetividad. Podemos intentar ser imparciales o neutrales, pero nunca lograremos serlo del todo.
A lo único que podemos aspirar -y no es poco- es a que, como en si día dijo Luka Brajnovic, la información parta de un conocimiento exacto y cierto, de una reflexión consciente y de una rectitud intachable de intenciones.
Puede decirse, por tanto, que lo que se le ha de exigir a un periodista es un conocimiento profundo de los hechos acerca de los cuales informa, una ponderación adecuada de los mismos y una buena intención a la hora de exponerlos.
No debemos olvidar que el periodista no sólo aporta informaciones, sino que también debe ofrecer elementos de juicio para sus lectores. No es un mero transmisor de datos, sino que tiene una función que no podría cumplir si existiera la posibilidad de ser totalmente objetivos. La objetividad es algo que, sencillamente, va no sólo contra la labor del periodista, sino también contra la propia naturaleza del hombre.
Tenemos que considerar esa objetividad de la que tanto se habla desde una acepción más ética que meramente formal. No luchar por erradicar las opiniones ni influencias que afectan al comunicador, sino lograr que el periodista sea íntegro, logre separarse de intenciones personales y privadas y posea un gran colchón de conocimientos epistémicos que le permitan entender e interpretar el mundo y sus realidades que, no debemos olvidar, cambian constantemente.

Una sociedad de autómatas

El valor más importante de toda sociedad o civilización es la educación. Es el mayor activo que poseemos y la mayor fuente de beneficios -a todos los niveles- con la que contamos. Con la educación se forma a las personas que serán responsables del mundo en lo venidero y la cultura, su fiel compañera, es el legado que dejamos para las futuras generaciones.
La educación y la cultura son el mejor método que poseemos para desarrollar las facultades y destrezas de las personas y se puede afirmar, por tanto, que son la más eficaz herramienta para que un sistema se mantenga en el poder siempre y cuando se controlen la de los pilares que lo sustentan.
Es por esta razón que la educación y la capacidad de dar a las cosas un significado son el arma que utilizan los grandes dirigentes -poderes políticos y grandes medios de comunicación y líderes de opinión- del sistema social y de organización sobre el que nos hemos establecido. Es el modo de tenernos “controlados”.
Lo importante es generar individuos que tiendan a mantener el sistema tal y como está configurado, de modo que estos importantes dirigentes mantengan su puesto y poder en el organigrama.
Da la sensación de que se está pretendiendo crear una sociedad de autómatas. Una sociedad en la que cada uno se preocupe sólo de sí mismo, de cumplir una serie de objetivos siguiendo un plan o esquema determinado sin pensar, ni decidir, ni plantearse opciones o alternativas. Se intenta eliminar el espacio para el razonamiento y en definitiva, para todo aquello que pueda llevarnos a cuestionar e intentar cambiar el sistema.
Es bastante incómodo pensar que nos intentan manipular o configurar desde pequeñitos. Menos mal que siempre tendremos un espacio en la mente en el que nadie puede entrar, en el que podemos hacer lo que queramos. Un espacio en nuestro interior que es tan intocable que es la esencia de nuestra libertad y que impide que esos poderosos tengan segura su posición para siempre. Gracias a Dios conservamos la esperanza porque, al final, siempre aparece alguna voz nueva, algún medio que realmente habla a la opinión pública con veracidad y verdad y que, incorruptible durante algún período de tiempo más o menos largo, logra despertarnos del letargo y hacernos luchar por el cambio.

sábado, noviembre 04, 2006

La desaparición del amor

Entendemos que el amor es la más profunda e irracional ansia de hacer todo lo posible por lograr el encuentro y la unión con el ser amado. El amor llega a despertar el deseo de incluso morir por la persona que transforma nuestra propia existencia y es la causa de una especie de desajuste racional y sentimental que nos lleva a desear fervientemente entregarnos, de forma total y absoluta, a ese ser que da sentido a nuestra vida y la completa. El amor es un sentimiento irracional del que uno no se puede desprender. Es un dardo rápido e infalible que te atrapa por sorpresa y sin previo consentimiento del que es imposible desembarazarse. Se trata de un milagro traicionero, tenaz, inefable y certero que provoca el nacimiento en el espíritu del enamorado de alegría, energía y todo tipo de buenos deseos e intenciones. El amor es, por todo esto, la quintaesencia del bien, el paradigma de la bondad y la felicidad y encarna, sin lugar a dudas, la máxima y más eficaz representación o reflejo a través del cual un ser superior y bondadoso - que podríamos denominar Dios - se muestra a los hombres y revela su existencia.
El problema surge cuando el hombre se cierra a la experiencia del amor. Cuando en ese intento de racionalizar todo hasta encontrar una respuesta biológica o psico-científica se intenta dar explicación a un fenómeno, que por su misma condición sobrenatural, no la tiene.
Cada vez que se genera violencia, crueldad, racismo, rechazo… cualquier manifestación del odio en definitiva -que no es más que la máxima contraposición al amor- se desvirtúa su sentido. Restamos valor al amor destruyéndolo paulatinamente, juzgando sus formas de expresarse hasta el punto de ridiculizarlo y menospreciar su origen en la expresión Divina.
Parece que el ser humano se está esforzando por difuminar la sombra de la Divinidad en la tierra. Tratando de anular su luz y el reflejo de su Presencia, el hombre, como dice Steiner “impide que Dios llegue por primera vez”. Esto se demuestra con la simple observación del rumbo que está tomando la humanidad en su conjunto. A medida que tratamos de destruir el amor, ya sea consciente o inconscientemente, vamos convirtiendo el mundo en un lugar hostil, egoísta y feroz en el que sólo hay sitio para el más fuerte, independiente e inescrupuloso. Para aquel que, en definitiva, haya rechazado el amor completamente, el que haya visto en él un síntoma de debilidad o flojera. Aquel que, a fin de cuentas, haya cerrado sus ojos a la expresión de Dios.