sábado, noviembre 04, 2006

La desaparición del amor

Entendemos que el amor es la más profunda e irracional ansia de hacer todo lo posible por lograr el encuentro y la unión con el ser amado. El amor llega a despertar el deseo de incluso morir por la persona que transforma nuestra propia existencia y es la causa de una especie de desajuste racional y sentimental que nos lleva a desear fervientemente entregarnos, de forma total y absoluta, a ese ser que da sentido a nuestra vida y la completa. El amor es un sentimiento irracional del que uno no se puede desprender. Es un dardo rápido e infalible que te atrapa por sorpresa y sin previo consentimiento del que es imposible desembarazarse. Se trata de un milagro traicionero, tenaz, inefable y certero que provoca el nacimiento en el espíritu del enamorado de alegría, energía y todo tipo de buenos deseos e intenciones. El amor es, por todo esto, la quintaesencia del bien, el paradigma de la bondad y la felicidad y encarna, sin lugar a dudas, la máxima y más eficaz representación o reflejo a través del cual un ser superior y bondadoso - que podríamos denominar Dios - se muestra a los hombres y revela su existencia.
El problema surge cuando el hombre se cierra a la experiencia del amor. Cuando en ese intento de racionalizar todo hasta encontrar una respuesta biológica o psico-científica se intenta dar explicación a un fenómeno, que por su misma condición sobrenatural, no la tiene.
Cada vez que se genera violencia, crueldad, racismo, rechazo… cualquier manifestación del odio en definitiva -que no es más que la máxima contraposición al amor- se desvirtúa su sentido. Restamos valor al amor destruyéndolo paulatinamente, juzgando sus formas de expresarse hasta el punto de ridiculizarlo y menospreciar su origen en la expresión Divina.
Parece que el ser humano se está esforzando por difuminar la sombra de la Divinidad en la tierra. Tratando de anular su luz y el reflejo de su Presencia, el hombre, como dice Steiner “impide que Dios llegue por primera vez”. Esto se demuestra con la simple observación del rumbo que está tomando la humanidad en su conjunto. A medida que tratamos de destruir el amor, ya sea consciente o inconscientemente, vamos convirtiendo el mundo en un lugar hostil, egoísta y feroz en el que sólo hay sitio para el más fuerte, independiente e inescrupuloso. Para aquel que, en definitiva, haya rechazado el amor completamente, el que haya visto en él un síntoma de debilidad o flojera. Aquel que, a fin de cuentas, haya cerrado sus ojos a la expresión de Dios.

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