martes, abril 03, 2007

Las sorpresas del Peregrino

El peregrino se levanta temprano para iniciar su segunda etapa del Camino de Santiago. La habitación del albergue desprende un penetrante olor al alcohol de romero que todos han utilizado para curarse las ampollas y heridas, resultado de los kilómetros recorridos el día anterior. Lentamente se calza las botas, prepara su mochila y, cuando el sol hace poco que brilla vergonzosamente entre las montañas, abandona la episcopal villa de Astorga, donde confluyen las Rutas Jacobeas Francesa y de la Plata, para dirigirse a Villafranca del Bierzo.
Durante esta segunda jornada, probablemente una de las más hermosas e interesantes de todas y que inicia animado y plenamente dispuesto a enfrentarse a cualquier sorpresa que le depare el recorrido; el caminante atravesará encantadores pueblos y villas abandonados. Son lugares que conservan intactos, pese a su aparente olvido, su sabor medieval y un peculiar colorido formado por todas las tonalidades de la piedra, madera y la pizarra con las que fueron levantados sus ayuntamientos, casas, herrerías e iglesias.
Es después del primer pueblo, Foncebadón, cuando el peregrino inicia realmente su camino. Una vez que, tal y como manda la tradición, deposita bajo la Cruz de Ferro la piedra con la que carga desde su lugar de origen, da comienzo el ascenso y descenso por las montañas que, nevadas aún en pleno mes de abril, ofrecen un paisaje frondoso y espeso que en numerosas ocasiones dificulta el avance de la etapa.
Durante horas el peregrino avanza solo, sin más compañía que su propio pensamiento y el ruido desconocido que emerge entre los árboles y matorrales. Las vistas son increíbles y la naturaleza, cubierta de nieve, le regala una sensación de pureza y armonía que le hace olvidar lo corrompido y crispado que está el mundo que hace apenas tres días ha dejado atrás.
Nuestro amigo aprovecha las horas para meditar y mientras atraviesa tranquilos pueblos como El Acebo, por un momento llega a creer que, quizá si más personas hicieran el Camino, serían menos los problemas que nos rodean hoy en día.
La gente, esencialmente sencilla y modesta, comparte todo lo que tiene aunque sea poco. Todos los peregrinos están cansados, pero nadie niega una sonrisa ni un gesto de aliento o unas palabras de ánimo. Durante unos días todos han dejado aparcados en sus ciudades los odios y rencores, las tensiones y conflictos y algunos quizá logren hacerlo definitivamente.
Anotando en su mente cada uno de estos detalles y después de atravesar Molinaseca y caminar por la calzada romana de Columbrianos, el peregrino se acerca por fin a Villafranca del Bierzo. Es allí donde finalmente, después de una dura jornada, podrá descansar hasta que el sol salga de nuevo y marque el inicio de una nueva y sorprendente etapa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Disfruta de todo, bebe cada gota y vive cada día como si fuera el último.
Y me adhiero: si más gente lo hiciera, todo iría mejor. Pero el razonamiento está un poco cojo, a mi entender: el efecto es que todo vaya mejor, pero la causa real no es hacer el Camino, sino otra; la causa es ver las cosas con otros ojos y oír con otros oídos.
Me gusta el estilo tercerapersonístico, es interesante. Un abrazo.