El olor a muerte me envuelve
y bebo sus pesadillas.
Poco a poco se duerme
y su alma se esfuma intranquila.
Noche tras noche es igual:
renacer para beber y morir.
¿Es un don? ¿Es un castigo?
Soy simplemente un maldito.
Su muerte me da la vida
y a la sangre robo la energía.
Es un hurto, un sacrilegio;
no me siento satisfecho.
¿Por qué no? Si yo no lo elegí.
Se me entregó, fue un regalo,
quizá demasiado para aceptarlo.
Y ahora... vivo agonizando.
miércoles, octubre 18, 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario