jueves, julio 31, 2008

La vuelta del hijo pródigo

No puedo dejar de pensar en la temporada de cambios que se me viene encima. Ayer recibí una llamada de la universidad de Barcelona confirmando mi admisión. Es evidente que la noticia es buena y me alegra, sobre todo si se tiene en cuenta que la solicitud de admisión la hice voluntariamente y con el deseo de ser admitido. Sin embargo no deja de ser una decisión, la de la vuelta a casa, que implica una serie de cambios a los que me va a costar acostumbrarme.

Se trata de la típica situación que trae consigo toda una serie de efectos colaterales que no me he molestado en sopesar. Fiel a ese estilo que me caracteriza siempre que tomo una decisión medianamente importante, ni me lo he pensado. En el mismo momento en el que me llamaron, pregunté por dónde debía realizar la reserva de matricula y me apresuré a realizar el ingreso.

Demasiadas veces he oído eso de que soy demasiado impulsivo, de que hago y decido las cosas sobre la marcha y esa famosa frase de "es que ni las piensas". Pero me parece que ya es demasiado tarde para cambiar. Es más, no tengo ningún interés en hacerlo. Resulta que estoy firmemente convencido de que las mejores decisiones que he tomado en mi vida han sido sin pensar. Hay gente que se pasa días, semanas incluso, pensando y dando vueltas a las cosas; analizando cada puñetero pro y cada insignificante contra. Otros, en cambio, piensan que no se puede evaluar todo, que al final siempre hay algo que está fuera de nuestro alcance y que, como cualquier insignificante situación puede cambiar nuestro destino de una forma del todo insospechada, no merece la pena perder tanto el tiempo dándole vueltas a la cabeza. Pues bien, yo me incluyo entre los segundos.

Muchas veces meditar demasiado las cosas sólo nos lleva a dejarnos vencer por la comodidad y la pereza y a no arriesgar. Por esa razón yo he optado por actuar, una vez más y como comúnmente se dice, de calentón.

Si me hubiera parado a pensar un poco, quizá habrían pesado más ciertas cuestiones que me hubieran empujado a elegir otro camino. Es obvio que, dependiendo del momento, las circunstancias y las influencias, hacen que la balanza se incline más hacia un lado que hacia otro. Por esa razón también, he preferido no consultar a las voces expertas (es decir, mis amigos borrachos como cubas en el botellón de esta noche) y elegir por mí mismo dejando al margen cualquier consideración.

Si no lo hubiera hecho así, las cosas que ahora me rondan por la cabeza hubieran influido más. Véase:

- Mi queridísima madre. Ella, al margen de ser una bellísima y encantadora persona, es conocida mundialmente también por su carácter. Se cuentan por miles los dependientes que pueden dar fe de ello y sus hijos no son una excepción. Volver al nido implica, entre otras cosas, someterme a su control, sus normas, y esas sonrisas que dan miedo y que indican que no está precisamente contenta. Miedo me da que ya esté encerando el látigo y dándole brillo al yugo...

- Mis "adorables" hermanos gemelos. Bueno, otros que también se merecen un capítulo propio. Sucede que hasta que no me fui de casa no empezamos a llevarnos medio bien. De hecho, casi ni no nos hablábamos. En cualquier caso, me queda la esperanza de que la relativa madurez que se supone les ha otorgado su recién estrenada mayoría de edad haya bastado para romper esa alianza que habían establecido en mi contra desde que no levantaban medio palmo del suelo.

- Y, sobre todo, el catalán. Ay el catalán... ese tema sí que se merece unas cuantísimas entradas... El catalán, para los no iniciados, se trata de una ancestralísima lengua (dicen los entendidos que es la que usaba Dios para tratar al primer hombre) que, al parecer, está en grave peligro. Una gran amenaza se cierne sobre ella: una especie de dialecto que unos llaman español y otros castellano -y que se da la circunstancia que es en el que yo me expreso habitualmente- ha urdido un malignísimo plan para exterminarla. Y claro, los súper héroes izquierdosos están haciendo uso de todos los súper poderes que tienen a su disposición para evitar semejante catástrofe; lo que incluye obligarme a usarla. En fin, qué cosas pasan en este mundo de libertades...

En cualquier caso, hay una cosa que está clara. Es indiscutible que en ningún sitio voy a estar mejor y más mimado que en mi casa. Así que, incluso pensando las cosas en frío y cuando ya no hay marcha atrás, sigo pensando que aunque hubiera decidido meditar un poco mi decisión, ninguna podría ser mejor que la que he tomado.

Prepárate Barcelona, ya no hay marcha atrás: vuelvo a casa.

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Por cierto, madre, no creo que estés taaan colgada como para entrar aquí, pero, por si acaso, no te lo tomes a mal que ya sabes que es con cariño eh?!
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