lunes, septiembre 18, 2006

¿Estamos ciegos?

¿Estamos realmente tan desamparados que necesitamos aferrarnos con fuerza a mitos, creencias y religiones que nos salven de la desesperanza en nuestras vidas?
A veces nos sentimos sumidos en una especie de abandono del que sólo logramos desprendernos agarrándonos a ese clavo ardiendo que es la creencia en un plan establecido. Una especie de guión no escrito que equilibra alegría y pesares y que un ente superior ha forjado para que nos convenzamos de que nuestra existencia no consiste en una sucesión de aleatorios infortunios.
¿Necesitamos creer desesperadamente en que nos corresponde por derecho que ese destino nos sonría alguna vez?
Sin embargo, mientras muchas personas dan vueltas a estas cuestiones y necesitan realmente creer en ese ser superior, es asombrosa la cantidad de bebés egocéntricos de 20 años que uno puede encontrarse vagando por ahí y que tratan desesperadamente de huir de estas cuestiones. Niños veinteañeros que se creen hombres y jóvenes lolitas excesivamente mimadas con ínfulas de señora respetable. En muchas conversaciones que he mantenido con personajes de esta calaña, suele ocurrirme que me quedo callado. Dicen que muchos silencios apestan a prejuicios y semejante acusación podría aplicarse a los míos si permaneciera callado desde el momento en que se dirigen a mí. Pero no es así. He intentado, puedo asegurar que he puesto todo mi empeño en ello, permanecer atento y encontrar algún interés en sus temas, pero no puedo. Es normal que gente que ya lo tiene todo no necesite amargarse la conciencia con cuestiones excesivamente complicadas para su cómoda existencia.
Queriendo o sin querer hemos llegado a un punto en el que optamos por una ceguera voluntaria ante todos aquellos temas que están medio centímetro más allá de las cuestiones que nos atañen directamente y muchos de estos jóvenes atolondrados son auténticos expertos en la materia.
Y a pesar de todo, al margen de esa fría y despreocupada imagen que muchos intentan transmitir, nadie puede negar que alguna vez ha hecho girar sus engranajes mentales dándole vueltas al asuntillo ese del destino, de lo escrito, de lo místicamente preestablecido.

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