domingo, septiembre 24, 2006

Viaje en tren

Lento y a la vez bullicioso es el viaje. Introducidos en un amasijo de metales viejos y oxidados nos deslizamos con pesadez por unas vías colocadas sabe Dios cuando.
Una chica que canta y tararea canciones de moda, cantarina al principio, muy pesada más adelante; un señor que duerme y una mujer que, por fin, vuelve a casa con sus hijos, son algunos de mis acompañantes.
A mi derecha un paisaje a ora verde y frondoso, ora seco y árido, pasa de largo. Tratando de retener esas imágenes en mi retina, intento dormirme acompañado por el tambaleo y repiqueteo de la máquina. Son muchas horas y el cansancio comienza a hacer mella en mis párpados.
De pronto la chica, la cantarina, pega un gritito: ha llegado su canción preferida en el disco que estaba escuchando ¿se callará en algún momento por favor?
Los diferentes vagones son expositores de todo tipo de individuos de nuestra especie. Viajeros de todas partes y de todas las edades se hacen compañía silenciosamente. Un argentino, un alemán, un viejecito o un inquieto jovenzuelo. Vidas complejas y diferentes que coinciden en un momento concreto en un lugar común.
A mí el tren me sirve de terapia. Me ayuda. Mis sentimientos, a veces sicóticos, a veces demasiado excitados, se relajan. La sensación de que mis problemas y la complejidad de mi vida no tienen solución, se ve disminuida. Siempre, pienso, habrá alguien en una situación peor y de más clara desventaja.
Ese señor de ceño fruncido y entrecejo canoso probablemente sea más infeliz. Puede que sea viudo y viaje hacia el hospital a visitar a su hija.
Quizá esa chica, la cantarina de antes, tararee para apagar esas voces de su cabeza, esas que llamamos conciencia, que le dicen: “no deberías haber hecho eso”. ¿Y si sólo quiere aislarse de sus remordimientos?
Puede que sea egoísta o que el mero concepto de la situación sea penoso, pero a mi me ayuda. Digamos que “me gusta” inventar todo tipo de desgracias sobre la gente que me rodea e imaginarme su historia personal plagada de desastres. Admito que no deseo que sea así, pero así me siento feliz por mi suerte ¡hasta siento cierta lástima hacia ellos!
De repente hay un parón. Como siempre, vamos otra vez con retraso. Parece incomprensible que sea tan difícil llevar a un tren a su destino. Al fin y al cabo vamos por la vía, el tráfico no influye. Eso me recuerda mi situación de estancamiento actual. Me encuentro en un momento en el que ni me siento avanzar ni retroceder. ¿Hacia dónde voy? Tengo todo lo que deseo y más: una novia preciosa, estudio lo que quiero y los mejores padres el mundo, aunque no pienso reconocérselo; pero no sé bien qué hago ni que se espera de mi. Es una locura.
Arrancamos otra vez. A ambos lados se extienden amplios paisajes de trigo y verde sin apenas construcciones afeándolos. Sólo la vía del tren y su ruidosa maquinaria se atreven a profanarlos. ¿Qué hombre se sintió con la autoridad suficiente de destrozar este legado de la naturaleza? ¿Quién creyó que podía permitirse el lujo de invadir y contaminar nuestras desérticas bellezas? No me cabe en la cabeza y una vez más pienso que quizá, aquel político corrupto y aquel constructor enriquecido, tuvieron más problemas que yo.
------Advertencia: el hecho de haberlo redactado en 1ª persona no implica que esté hablando de mí mismo------

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