martes, septiembre 19, 2006

Fiesta, alcohol y nuestro verdadero "yo"

Ayer tuvimos una fiesta. Bueno, los exámenes están ya a la vuelta de la esquina y había que disfrutar de un último fin de semana libre. Aunque para muchos esto no fuera más que una excusa para una juerga más, dado que el hecho de que haya exámenes no afectará a su rutina de fin de semana, el hecho final es que ya había una razón para un par de días de “semi-desenfreno”.
El caso es que al final no fue nada más que otro fin de semana más en la rutina del adolescente. Toda una semana entera esperando para ese cambio de horario que nos lleva a vivir de noche y dormir de día, a darle la vuelta a una rutina que a duras penas hemos logrado mantener los cuatro días de antes. Los amigos se reúnen con un fin muy concreto y particular: emborracharse. Chicos y chicas buscan lo mismo, liberarse de ciertas esposas disfrazadas de convencionalismos. El alcohol libera el cuerpo y desata las lenguas y una vez más sirve de excusa banal para dejarnos arrastrar por el instinto.
Se ha convertido en una especie de excusa para que todo esté permitido, el escudo perfecto para actuar impulsivamente, y por eso todo el mundo lo desea. Pero, ¿qué nos ha llevado a esta situación? Parece que nos sentimos tan presionados que necesitamos ocultarnos tras esa excusa para actuar como verdaderamente deseamos. ¿Realmente estamos tan coartados? ¿Acaso vivimos bajo el peso de un yugo invisible que nos impide expresarnos libremente?
Hemos sustituido la conciencia por una nueva y moderna guía de conducta: lo políticamente correcto. Hemos hecho de nuestras vidas una obra de teatro en la que cada uno interpreta un papel de forma que hacemos lo que sabemos que se espera de nosotros y no lo que deseamos hacer. Pasamos horas y días enteros inmersos en una gran función en la que cada uno interpreta un papel que, cabe destacar, cada vez está más estandarizado.
Y luego llega la noche del fin de semana y, con la excusa de que es el alcohol (y a veces también otras sustancias) lo que corre por nuestras venas, dejamos que “nuestro yo” adormilado salga a la luz desquitándose de la represión sufrida durante la semana.
Y esto no es lo peor. Hemos llegado a un punto en el que esto no es simplemente algo que ocurra, sino que se tiene perfectamente asumido. Todo el mundo tiene incluido ese “break” en su agenda semanal y no se avergüenza de reconocerlo. Es como un paréntesis en nuestras vidas, lo que me lleva a preguntarme si no resulta demasiado patético que todos en algún momento necesitemos ese momento de descanso en nuestro devenir.

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